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Un campo de batalla seguro para luchar contra el Estado militar: la cuestión indígena.

Atualizado: 15 de out. de 2020

En el Brasil de 1978 los medios de comunicación ardían. Durante aquellos meses los noticiarios daban voz a quienes se oponían al gobierno, de una forma que hacía tiempo que no sucedía. De pronto, el gobierno militar brasileño era criticado abierta o veladamente con cierta impunidad a través de la figura de la FUNAI, su presidente Ismarth Araujo de Oliveira y, sobre todo, canalizada en la figura del ministro del interior Mauricio Rangel Reis.

Por aquel entonces el ministro puso en marcha un proyecto de ley para emancipar a los pueblos indígenas de la tutela estatal. Mecanismo burocrático que se activaría cuando ciertos individuos o comunidades llegasen a cumplir unos requisitos de “integración” cultural y económica en la sociedad brasileña. A pesar de ser un hecho que se desencadenó en el citado año, realmente formaba parte de un proyecto personal del propio Rangel Reis desde que llegó al Ministerio:

“O Brasil, que foi capaz de constituir uma sociedade com várias raças, inclusive com uma população negra hoje totalmente adaptada e sem qualquer preconceito racial, não tem nenhuma razão para deixar seu índio marginalizado. Vamos emancipá-lo. Aqueles que já estão em condições de ser emancipados, em algumas áreas, serão emancipados. Vamos garantir assistência técnica, crédito, inclusive acabando com esse tipo de reserva indígena, posto indígena, que acaba ficando assim como uma espécie de tradição, segregação” (O GLOBO, 09 de marzo 1974)."


Si ya en 1974 había hecho pública su intencionalidad ¿Por qué no fue hasta 1978 que el conflicto estalló llegando a todos los rincones mediáticos de un país acostumbrado a la censura? Cierto es que a comienzos de ese año fue cuando dio luz verde a la redacción del proyecto de decreto con la intención de aprobarlo en máximo seis meses, pero ¿Por qué fue ese justo momento que se organizó la opinión pública brasileña en comisiones y asociaciones a favor de los pueblos indígenas? ¿Por qué la opinión pública no había estallado con anterioridad ante la cantidad de atropellos que el gobierno militar, y los actores que le orbitaban, había cometido contra los pueblos indígenas?[i]

No eran escasos los eventos que podían haber desencadenado este tipo de reacción, muchos de ellos eran, incluso, de mayor gravedad. El escándalo en 1968 que supuso la desaparición del Serviço de Proteção ao Índio (SPI) que precedió a la FUNAI bajo el peso de la corrupción y la inoperancia destapada por el fiscal Figueiredo parecía no ser suficiente motivo. Tampoco lo fue la cadena infinita de atropellos, masacres y etnocidio que supusieron las políticas de seguridad y desarrollo del gobierno como la guerra a los Waimiri-Atroari, el desastre indígena para la construcción de Itaipú, la formación de la Guardía Rural Indígena (GRIN) y el campo de concentración para indígenas en Krenak, o su uso como escudos humanos contra la Guerrilha do Araguaia, entre demasiados y tristes ejemplos.


Fotografías de indígenas desfilando como parte del GRIN y muestra de las torturas que ponían en práctica. Dibujo que critica como indígenas torturaban otros indígenas bajo la atenta mirada de los militares.


Todos ellos fueron escándalos puntuales de los cuales muchos no se conocería nada hasta pasados muchos años. Lo que sí es evidente gracias al estudio de la documentación y la prensa de la época es que 1978 supuso lo que Alcida Rita Ramos llamó de “Momento heróico del Indigenismo”. Parecía que, de un día para otro, los indígenas preocupaban a todos. Desde que los militares gobernaban en Brasilia, se impuso un orden autoritario al que no le temblaba el pulso a la hora de reprimir disidentes y opositores. Esta actitud les llevó a controlar la sociedad, la educación y los medios que, sobrecogidos primero por el aparente éxito del Milagre Brasileiro y el pavor de los Anos de Chumbo, comenzó a despertar a mediados de la década de 1970. Durante estos años, el indio, representado como víctima de un sistema económico mimado por la dictadura, fue convertido en mártir y símbolo del daño que la misma hacía a la sociedad brasileña. Por eso, con mayor o menor descaro, los medios de comunicación, y posteriormente los movimientos sociales, comprendieron la ventaja que suponía la aparente despolitización que ofrecían los pueblos indígenas. La cuestión indígena se convirtió en un punto de fuga para las frustraciones de la sociedad, a través de la cual se podía criticar al régimen superando la barrera de la censura y la represión.

Un buen ejemplo de ello es la popularización de la temática indígena en los periódicos; las injusticias sufridas por las poblaciones indígenas eran mostradas como la encarnación del sufrimiento de la sociedad brasileña frente al autoritarismo de la dictadura. Este proceso fue importante, pues articuló una narrativa del indio martirizado por las autoridades que activó un mecanismo que hizo pasar a ese indio de figura exótica ajena al brasileño medio, a la de actor político con derechos de participación en la sociedad y en la política nacional.

Durante este año el furor social fue tal que se empezaron a crear grupos, asociaciones y manifiestos contra las injusticias del gobierno con los pueblos indígenas. Algo que los mismos políticos usarían para canalizar su oposición al gobierno:

“Relembro o que a seção baiana da Associação Nacional de Apoio ao Índio, ANAI, hoje divulgou: ‘No dia do índio não temos muito o que comemorar. Não se comemoram assassinatos de índios, invasões de suas terras, remoção de homens, mulheres e crianças enxotadas de suas terras por grileiros inescrupulosos. Não podemos festejar a inércia, omissão e incompetência da FUNAI, do Ministério do Interior e do Governo no tratamento da questão indígena, temos, sim, a comemorar a tenacidade, a resistência, a luta, a inteligência e a coragem dos indígenas e também a solidariedade que os brasileiros demonstraram elegendo um líder indígena à Câmara Federal’” (Discurso de la diputada Bete Mendes en la Câmara dos Deputados, 20 de abril 1983, p. 2016).

Periódico que analizaba uno de los eventos contra la emancipación. Abajo fotografías del mismo.


También los misioneros del CIMI aprovecharon el momento para dar un salto mediático y de popularidad en su propia lucha a favor de los pueblos indígenas gracias a la polémica que generó el proyecto de emancipación de Rangel Reis. Durante los siguientes años, casi todas las grandes ciudades y capitales brasileñas tenían una sede de la Associação Nacional de Apoio ao Índio (ANAI) o una Comissão Pro-Índio (CPI). Parecía que, por fin, el momento de conquistar el respeto y el reconocimiento por parte de la sociedad brasileña, había llegado para los pueblos indígenas.

Portada y página del primero documento creado por la Comissão Pró-Índio de São Paulo a causa de la emancipación.


Al poco, la mayoría de las asociaciones y movimientos pro indio morirían. Apagado el entusiasmo inicial, el hastío de una lucha secular aburrió a la opinión pública brasileña[ii]. Con la dictadura militar acabada, los indígenas volvieron a las fronteras del interés general, folclorizados con nuevos epítetos nacidos durante aquellos años que los restringían a su dimensión exótica como guardianes de la naturaleza contra la voracidad del capitalismo o como militantes vociferantes de una Brasilia esperpéntica siempre dispuesta a ser el teatro de la vacía farándula nacional.

La rápida y curiosa perdida de interés de la opinión pública demuestra que jamás hubo un intento serio por parte de la sociedad brasileña por actuar a favor de los pueblos indígenas como tales, sino más bien su uso como herramienta ideológica, como símbolo íntimamente ligado a la narrativa y al folclore nacional, así como a su dimensión romántica y emocional. Por supuesto este abuso obsesionado más con lo simbólico que con lo “real” no fue patrimonio exclusivo de la sociedad opositora al régimen, también fue prostituido por los militares. Visible en la doble justificación civilizar y controlar, que fue uno de los ejes del discurso que más fuerza dieron al binomio ideológico: seguridad y desarrollo. Es decir, como oposición que era, se justificó la seguridad dibujando un indio peligroso; con el desarrollo, se hizo lo propio con un indio necesitado del progreso que traían los militares.

Artículo de prensa haciendo propaganda del trabajo que la FAB hacía entre los pueblos indígenas. La unión de la lucha contra el “vacío” así como el proyecto civilizador para con los desvalidos y salvajes indígenas hacían de estos un trampolín perfecto para resaltar los valores de la “revolución” de 1964 (O Estado de São Paulo, 23 de junio 1968).


Por su parte y con la intención emancipadora de fondo, las organizaciones sociales a favor del indio y su lucha pusieron como enemigo principal al Estado militar y su brazo indigenista, la FUNAI. Para aquellos que buscaban en la causa indígena una actividad justa donde lavar su conciencia y trabajar activamente por un cambio en el país, la representación estatal, como enemigo aguerrido del indio desvalido, debía ser combatida. Esto llevó a desengaños profundos en muchos activistas y tantos otros que incluso cuestionaron abiertamente la propia causa indígena al ver cómo los jefes y representantes indígenas no tenían reparos para negociar o colaborar con las autoridades del indigenismo oficial o con los militares.

Por ello, se produjo una transmutación interesante, en la cual el indio desnudo y emplumado, puro a los ojos de los blancos, podía ser aquel luchador de los movimientos sociales, siempre y cuando lo hiciese por los altos ideales impuestos por el imaginario civilizado, y este se presentase en tal lucha con el cuerpo semidesnudo pintado y la cabeza emplumada. Como una muestra de las reminiscencias sobrevivientes del indio romántico que era proyectado sobre el indígena necesitado de negociar y/o combatir el poder para sobrevivir. Era aquel que, para la prensa, artistas, antropólogos y activistas, se presentaba en la Explanada de los Ministerios del Eje Monumental de Brasilia. Era el indio íntegro que debía mantenerse como una figura inquebrantable en la lucha, mantenerse puro en sus principios e ideales, hasta las últimas consecuencias. Esta situación presentó la inevitable barrera inter-étnica de la otredad permitida; pues si aquellos líderes o comunidades intentaban negociar con las autoridades militares o cambiaban de parecer sobre cuestiones clave, mostrar debilidades o cualquier tipo de rasgo humano (como ambición personal o avaricia), no eran merecedores de ser considerados indios. Todo ello enmascaraba una hipocresía que obligaba a los indígenas a demostrar poseer rasgos de integridad personal, ética e ideología para poder mendigar la solidaridad de las organizaciones que les apoyaban.

El indio tenía que cumplir las expectativas que el hombre blanco había puesto en él. Por eso, todas estas cuestiones, como la virtud basada en principios nobles, mantener una línea ideológica bien estructurada y coherente, y ser fiel a todo ello con inquebrantable valentía, al punto de morir si fuese necesario, parecían evidentes fantasías occidentales. Estas representaban las máximas virtudes que el hombre civilizado tenía en sus propios sistemas de valores, los cuales imponían a la lucha indígena convencido de que el indio debía seguir representando el papel de oposición ante el sistema capitalista y al autoritarismo brasileño. El máximo exponente de dicho teatro de símbolos fue la Amazonía, la defensa, idealización y valorización de sus verdes infinitudes, su exótica exuberancia, sus serpenteantes ríos, sus animales únicos, sus inmensos árboles y sus nobles y salvajes indígenas, daban un punto importante de contrapeso a una sociedad occidental universal necesitada de contrapartidas que dieran un atisbo de esperanzas en aquellos tiempos de crisis de valores. Vemos la transmutación y actualización del indio decimonónico romántico como origen de la brasilidade, al indio de la segunda mitad del siglo XX folclorizado como contrapartida a los excesos de la sociedad occidental.

La popularidad que la causa indígena ganó durante el proyecto de emancipación de 1978 y su declinar en los últimos días de la dictadura, muestran la cruda realidad de un interés que había puesto el bienestar indígena en el último escalón en la escala de prioridades[iii]. Existió, por tanto, un uso abusivo del indio como símbolo en todo tipo de campo de batalla o escenario posible, donde todos los actores buscaron aprovechar la fuerza simbólica que el indio ofrecía, para reforzar sus posicionamientos ideológicos y usarlo como herramientas de presión y propaganda.


Capa do informe do II Tribunal Russel.


Mario Juruna como deputado federal.


Carlos Benítez Trinidad é historiador.

Leituras recomendadas:

RAMOS, A. R. A hall of mirrors: The rhetoric of indigenism in Brazil. Critique of Anthropology, Thousands Oaks, v. 11, n. 2, p. 155-169, 1991.

OLIVEIRA, R. C. de. A crise do indigenismo. Campinas: Editora da UNICAMP, 1988.

OLIVEIRA, R. C. de. Movimientos indígenas e indigenismo no Brasil. América Indígena, México, v. 41, n. 3, p. 399-405, jul.set.,1981.

RIBEIRO, D. Um Ministro agride os índios. Ensaios de Opinião, Rio de Janeiro, p. 10-18, 1978.

Publicaciones del autor sobre la materia:

TRINIDAD, C. B. La Fundação Nacional do Índio al servicio de los intereses geoestratégicos e ideológicos de la dictadura brasileña (1967-1985). Americanía: Revista de Estudios Latinoamericanos, Sevilla, n. 3, p. 243-277, 2016.

TRINIDAD, C. B. (2016) “La oposición necesaria al desarrollo moderno en Brasil: el indio y la dictadura civil-militar (1964-1985)”. Iberoamérica Social: revista-red de estudios sociales, número especial v.1, p. 25-48.

Notas



[i] Un ejemplo del posicionamiento ideológica de la opinión pública brasileña fue cuando se criticó duramente, posicionándose con el gobierno militar, al actor estadounidense Marlon Brando cuando en 1972 (JORNAL DO BRASIL 10 y 11 de Marzo de 1972) dijo que en Brasil estaba ocurriendo un genocidio indígena. Tampoco hubo una reacción como la de la Emancipación en 1978 cuando el II Tribunal Russel en 1974-1975 en un documento titulado Le politique de genocide envers les indiens du Brasil, confirmó que existía delito de genocidio por parte del gobierno en Brasil.

[ii] Un buen ejemplo del rápido auge y decadencia del fervor pro-indígena de la sociedad brasileña es la vida política de Mario Juruna. Este líder xavante fue elegido diputado federal por Rio de Janeiro en 1982, su exotismo como salvaje sirvió para lanzarlo como arma arrojadiza contra el gobierno militar, siendo objeto de burla y escarnio por su misma naturaleza salvaje cuando dejó de ser de interés. Juruna jamás volvería a ser reelegido, ni él ni ningún otro indígena, a pesar de intentarlo repetidamente.

[iii] Algo más que evidente en la re-militarización de lo indígena durante el Projeto Calha Norte tras la caída oficial de la dictadura. Algo que pocos criticaron, y que, como el CIMI, fueron atacados duramente por la prensa al mostrar su oposición. OLIVEIRA, J. P. de (Org.). Projeto Calha Norte: Militares, índios e fronteiras. Rio de Janeiro: Editora UFRJ, 1990.

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